Las teorías sobre intertextualidad y sobre locura y mujer funcionan como las bases teóricas que ayudan a realizar la arqueología de la supuesta demencia de Juana I en discursos pseudo-históricos, laudatorios o difamadores, que colocan la pluma al servicio de la monarquía española entre los siglos XV y XVI. Dos siglos después, en 1825 – y en la misma Francia que había ocupado España 12 años antes– renace la Reina con nuevos ropajes, y su enfermedad mental se reviste de los tópicos de una España lejana, presa entre sus ruinas medievales y su inconfundible perfume oriental. Los intereses políticos, aún vigentes, y las nuevas tendencias de un romanticismo decadentista construyen un personaje y una locura relativamente estables (BARTHES, 1970) en el que los semas del pasado se mantienen, pero sujetos a la crisis imprevisible de toda demencia, a la contradicción y a la paradoja. La enfermedad mental es el epicentro en el que se forman y condensan las consiguientes crisis de sentido, también en la instancia textual. Ora fija ora incontrolable, esa locura –que se proyecta posteriormente en las letras españolas– permanece en la cárcel de un tiempo histórico estereotipado, ahora vislumbrado por la mirada de dos escritores extranjeros en nuevos contextos enunciativos. María abnegada o princesa hereje; Otelo sanguinario o madre y esposa fiel, Juana I es, a partir de esa propuesta estética y hasta el momento presente, fundamentalmente, una loca de amor y celos condenada a la humanidad menor del grito, como cualquier mujer.