En Argentina existe una fuerte tradición de cruce entre literatura y crítica, y la lista de escritores-críticos es prestigiosa: Viñas, Jitrik, Piglia, Kohan, Pauls, Molloy, Link, etcétera. Pero, en líneas generales, se trata de figuras que han sostenido una doble inscripción discursiva e institucional. En los últimos años, señala Panesi (2018), viene sucediendo algo diferente: críticos académicos desdibujan las fronteras y comienzan a “contaminar” su producción crítica con marcas literarias, principalmente de las así llamadas “escrituras íntimas”. ¿El giro autobiográfico en la crítica es solo una exhibición narcisista del yo que responde a las demandas actuales del mercado? En algunos casos –los menos interesantes– sí. Pero en otros parecería haber algo más sustancial en juego: la emergencia de una subjetividad-acontecimiento que no existía previamente y que se configura precariamente ahí, en la experiencia de escritura, y que se aparta tanto del “yo fuerte” del crítico exhibicionista, como del yo igualmente fuerte del “crítico científico”, fuerte este último en la violencia del control que ejerce sobre sí en nombre del “rigor” de la ciencia ¿Qué está pasando entonces cuando los críticos académicos se ponen a narrar, haciendo a un lado el delicado juego de auto-restricciones que les impone su práctica profesional? ¿Es que acaso la crítica ya no se presenta como una perspectiva potente desde la cual mirar el mundo? En efecto, lo que parecería estar en juego es una crisis más general del estatuto de la crítica.