La educación institucionalizada en Chile ha estado en constante discusión. Con la influencia de la doctrina neoliberal “… la educación dejó de ser un derecho de todos los ciudadanos y deber del Estado. Se convirtió en una mercancía” (Bloque social, 2006, p.4). En este contexto el lugar de la filosofía en el currículum escolar ha sido reducido y recientemente su existencia estuvo amenazada. Hoy, aunque extendida a las formaciones Técnico-Profesional y Artística, su espacio se redujo 1 hora en el plan común (REPROFICH, 2019), como electivo de la Formación científico-humanista su presencia no está garantizada (Herrera y otros, 2019) y permanece enseñándose en los últimos dos años de la educación secundaria, realidad que varía en colegios privados. Históricamente la educación no ha promovido el desarrollo integral del ser humano, lo cual deriva en una crisis de sentido. La educación surge pensada para una elite, la educación de masas surge como “medio de consolidación del orden al interior de las nuevas repúblicas…” (Reyes, 2011, p.49). Producto de ello ha prevalecido “una enseñanza de la Filosofía para no pensar-nos” (Gaete y otros, 2007 p. 9.), como reproducción de la tradición filosófica o reducida a historia de la filosofía (Sánchez, 2015, pp. 152,162). He ahí su restringido lugar en el currículum. El presente trabajo busca pensar la enseñanza de la filosofía en contextos de encierro, particularmente en instituciones a cargo de la infancia. En este contexto la posibilidad de una educación para la formación integral es prácticamente nula, pues está enfocada a la culminación de la educación formal, mediante la rendición de exámenes libres. Desde una concepción contrahegemónica de la filosofía, entendida como ‘Filosofar’, como experiencia vital (Cabello, 2020), puede ser un gran aporte en espacios donde la necesidad humana constante de comprensión del mundo y de nosotros mismos emerge con más fuerza.